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Arq. Rubén Esteban Cabo



miércoles, 25 de marzo de 2009

Argentina democrática: ¿Para votar o para vivir?

Si bien las esferas dirigenciales y políticas ya hace un tiempo que vienen “acomodándose” con miras a las próximas elecciones de octubre, la mayoría de la población centra su mirada en otro tipo de necesidades.
Podría citarse el caso de los peronistas disidentes como Francisco de Narváez y Felipe Solá, y la relación especial con Mauricio Macri; o el entrecruzamiento que se produce entre López Murphy, Elisa Carrió, la Unión Cívica Radical, e incluyendo la articulación con el Socialismo; o la cena entre Daniel Scioli y Guillermo Vilas, donde el tema deportivo no debe haber figurado ni a los postres. Claro está que debe agregarse un sinfín de “adecuaciones” producidas desde la órbita oficial kirchnerista con quienes más se pueda, más allá de la filosofía partidaria de unos y otros. Mientras tanto la gran generalidad de la población necesita solucionar sus problemas de inseguridad, de cómo mantener su trabajo, de cómo absorber los aumentos otorgados a las empresas de transporte y poder seguir viajando, aunque sea mal, etc. Al mismo tiempo existe el desasosiego por el aumento en los servicios públicos, en los medicamentos, en cómo crece la cuenta del supermercado o del almacén, muy a pesar de los datos del INDEC. Más allá de los discursos, y agravando al tema, se suma la apatía de un gran sector de dirigentes nacionales con una escasa iniciativa por resolver estas necesidades, tanto a nivel político, como gremial, económico, social, empresarial, e inclusive eclesiástico. Generalmente el objetivo de este estrato dirigencial es mantener su ya logrado “status quo” personal.

Sociedad, Comunidad, y Democracia


Usualmente estamos acostumbrados a referirnos a la sociedad y no a la comunidad. ¿Cuál es la diferencia? Con respecto al tema, José Arocena en su libro “El Desarrollo Local: Un Desafío Contemporáneo”, expresa que “En su célebre tratado, Tönies (1977) sienta las bases de la oposición entre sociedad y comunidad. En las sociedades se expresan relaciones basadas en el egoísmo individual, en el cálculo, en el lucro, en el individuo desintegrado. En cambio, las comunidades son el resultado de procesos de integración. La comunidad es una estructura que existió antes de que la civilización del dinero y del lucro pervirtiera todo, antes de que el dominio de las máquinas deshumanizara la convivencia”. Esto puede llevarnos a creer que el concepto de comunidad es anticuado, prescripto, que encierra una relación social simplista. Pero no es tan así, y el mismo Arocena lo refleja al especificar que “La comunidad no es por lo tanto un hecho social que expresa una forma primitiva de relación. Es más bien un sistema de relaciones complejo que genera asociaciones entre individuos en función de determinados valores. Pero, como en todo proceso de socialización, se trata de la creación de vínculos –siempre asociados a relaciones de poder y, por consiguiente, a situaciones conflictivas–” Es decir, para vivir en comunidad se hace necesario establecer pautas, y es entonces donde el sistema democrático toma realce.
Para pensar en este régimen recurro al concepto que manifiesta que a la democracia hay que “…considerarla como un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establece quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos. Todo grupo social tiene necesidad de tomar decisiones obligatorias para todos los miembros del grupo con el objeto de mirar por la propia sobrevivencia, tanto en el interior como en el exterior. Pero incluso las decisiones grupales son tomadas por individuos (el grupo como tal no decide). Así pues, con el objeto de que una decisión tomada por individuos (uno, pocos, muchos, todos) pueda ser aceptada como una decisión colectiva, es necesario que sea tomada con base en reglas (no importa si son escritas o consuetudinarias) que establecen quiénes son los individuos autorizados a tomar las decisiones obligatorias para todos los miembros del grupo, y con qué procedimiento.” (Bobbio; 1.996; 14)
Existen distintos tipos de sistemas democráticos. Uno de ellos es el de la democracia directa, puntualizando que si se entiende a la democracia directa por la participación de todos los ciudadanos en todas las decisiones, esta propuesta es inviable para el conjunto de las naciones, careciendo de sentido su pretendida aplicación, ya que es materialmente imposible de concretar en la actual escala de la humanidad. Otro de los sistemas es el que corresponde a la democracia representativa. En este sistema las deliberaciones colectivas las hacen personas elegidas al efecto. Si bien una aplicación particular de este sistema es el del Estado Parlamentario (órgano central representativo) y que hoy está extendido a otras instancias como municipios, provincias, etc., dentro de la democracia representativa se define fundamentalmente al Estado Representativo, donde las deliberaciones políticas principales las hacen los representantes elegidos, sin importar si es en el parlamento o en otros organismos. Dentro de las contradicciones políticas de este sistema existen dos temas ineludibles de abordar. Uno se refiere a los poderes del representante, y el otro al contenido de su representación. Los axiomas referidos a estos dos temas deben buscarse en las respuestas que se obtengan de los interrogantes sobre qué “cosa” representa el representante, y “cómo” lo representa. A partir de la importancia, su complejidad teorizante, y su resolución pragmática, éste es un tema que merece un tratamiento exclusivo y un desarrollo aparte. Aunque no lo parezca, estos dos sistemas democráticos no son incompatibles, e inclusive pueden llegar a integrarse en las diversas estructuras urbanas que conforman a toda ciudad o pueblo, especialmente en su estructura vital, estructura referida especialmente a su población y que da forma a las costumbres, valores humanos, etc.

¿Democracia para votar o para vivir?



Si adoptamos la imagen de una pirámide invertida donde en su vértice inferior se ubica el poder político del Estado Representativo, y en su borde superior el de los sujetos representados, se puede afirmar que el flujo del poder burocrático se mueve de abajo hacia arriba, y que el poder político del sujeto como ciudadano se mueve de arriba hacia abajo. En este rol de ciudadano el ámbito de las relaciones políticas se expande hasta concebir la esfera de las relaciones sociales, constituyendo un espacio para ejercer el poder, y desde una democracia social. Por ello se puede pensar que vivimos en un proceso de democratización que va más allá de la discusión entre las democracias directa y representativa.
No se debe ignorar que el sistema imperante prioriza el concepto de sociedad por sobre el de comunidad. A pesar de ello, intentemos posar nuestra mirada en el proceso que permita transportarnos desde una democracia política hacia una democracia social. En ese proceso se podría observar que la democracia social implica la extensión del poder político de cada sujeto, y pasar de la democratización del Estado, es decir la democracia política, a la democracia cívica, es decir a la democratización de la sociedad.
La democracia política es necesaria para no caer en un régimen despótico, pero no es suficiente. Toda decisión política siempre está condicionada, incluso determinada, por lo que ocurre en la sociedad, siendo la sociedad misma, la que de una forma u otra, siempre se manifiesta. Mal podemos pensar en una democracia política ecuánime, justa, equitativa, imparcial e incorruptible, cuando existe una altísimo porcentaje de sujetos con necesidades básicas insatisfechas, o peor aún, sin posibilidades ciertas de aprehender conocimientos que le permitan ser libres, disentir, elegir libremente. Más allá de la emisión de un voto para elegir un representante, es fundamental construir una democracia cotidiana en cada espacio social del que formamos parte: la escuela, el trabajo, el barrio, la universidad, el gremio, el club, la familia, la ciudad, la mesa de café o la rueda de mate. Esta democracia de todos los días, además de permitirnos votar a nuestros representantes, debe permitirnos estar libremente en desacuerdo para lograr acuerdos democráticos.
En síntesis, “Solamente allí donde el disenso es libre de manifestarse, el consenso es real y que, solamente allí donde el consenso es real, el sistema puede llamarse justamente democrático.” (Bobbio; 1996; 48)

Arq. Rubén Esteban Cabo / Publicado en Diario Río Negro 25/03/09