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Arq. Rubén Esteban Cabo



sábado, 8 de agosto de 2009

Poder, Soberbia, y Planificación

Creo que el poder y la soberbia se encuentran íntimamente ligados. También pienso que cada uno de nosotros buscamos crecer y desarrollarnos, pero que muchas veces no vislumbramos claramente el contexto en el que estamos, y menos cómo y por quién fue planificado. No obstante, la democracia permite expresarnos y buscar los cambios necesarios para satisfacer nuestras necesidades de vida.
Un buen ejemplo de esta manifestación social fue la última elección legislativa. A nivel nacional el oficialismo perdió su representatividad mayoritaria. En Río Negro el gobierno provincial perdió su hegemonía electoral, y en el caso de Allen, mi ciudad, el partido gobernante quedó relegado a un tercer lugar. En todos los casos se trató de representaciones partidarias diferentes, lo que amerita preguntarse qué elementos en común motivaron la confección de dicho mensaje. ¿Será la concepción que se detenta del poder y la sensación de soberbia motivada por la forma de gobernar y planificar el futuro? Personalmente creo que algo de todo eso tiene que ver.


Poder mundial y poder nacional


Existe un poder peligroso cuya mayor característica es la de destruir y reorganizar todo lo que toca al mismo tiempo. Sin dudas, me estoy refiriendo al poder financiero. Este poder crea “suburbios del mundo” sumando una a una a las megaciudades comerciales y conformando un hipermercado universal donde reacomoda la fuerza de trabajo dentro de este nuevo mercado laboral mundial, otorgando su preferencia al trabajo calificado, y transformándolo en la plusvalía del desarrollo de la inteligencia. En síntesis, los centros financieros atacan a los estados nacionales y los obligan a disolverse dentro de las megaciudades, intentando eliminar las fronteras y “unir” las naciones.
Pero desde una mirada crítica, se puede encontrar una multiplicación de fronteras y una pulverización de naciones, fragmentación de países, y quiebres en la unidad de los estados nacionales. Aunque parezca una contradicción, el proceso de globalización del modelo neoliberal provoca un mundo fragmentado y enfrentado, consolidando un centro político y económico que impone la ley de los mercados a las naciones y a los grupos de naciones. En definitiva, el poder de las naciones se ve subordinado a estos centros financieros que ejercen el poder mundial, imponiendo una disciplina financiera basada en sus programas económicos.
Compartiendo el pensamientos de quienes perciben la existencia de cinco monopolios básicos que apuntalan el poder adquirido, creo interesante referirlos para tenerlos presentes y ponerlos en cuestión. Uno de estos monopolios es el tecnológico, que permite generar supremacía sobre el resto de los territorios, priorizando la inversión en tecnología, fiscalizando la información respectiva, y procurando, además, una coacción social. Un segundo monopolio se basa en el control de los mercados financieros, generando la liberación y globalización de las actividades comerciales. Otro es el acceso monopolista a los recursos naturales amparado por los países centrales, siendo muy pocas las naciones que tienen verdadero acceso a sus propios recursos naturales para defenderlos y/o explotarlos. El cuarto monopolio se define como el de los medios de comunicación, hiperconcentrados, con sus complejos productivos y corporaciones de agencias mundiales que dominan el mercado comunicacional. Por último, se percibe el monopolio definido por el control de las armas de destrucción masiva, quien otorga el poder suficiente para anular el potencial impacto que surja de los “suburbios del mundo”.
Se pueden compartir o no las ideas precedentes, pero es casi indiscutible que este poder engendra una mayor pobreza, un mayor dominio, y un mayor nivel de desigualdad entre los seres humanos.
El poder nacional, representado por el Estado en sus diversos niveles, puede en su generalidad adoptar una teoría instrumentalista sirviendo directamente al poder económico y controlar a la clase trabajadora, o adoptar una teoría no instrumentalista convalidando la propiedad privada por sobre todas las cosas, y vigorizando la división de clases.



Poder y soberbia


En muchas ocasiones los diferentes roles que debemos asumir pueden llegar a confundirnos tan fuertemente como para inducirnos al menosprecio de los demás y a una desmedida valoración de sí mismo, inclusive estimulando una altivez, un apetito desordenado y vehemente que conlleva a sentirse “el preferido” por sobre todos los demás. Es entonces cuando nos encontramos inmersos en el mar de la soberbia. Tres siglos antes de la era cristiana, Aristóteles sentía que la soberbia era una forma de insolencia, y Santo Tomás de Aquino en el siglo XI predicaba que la soberbia era un apetito desordenado de la propia excelencia. La soberbia hace sentir al ser humano con un poder que le genera el sentimiento de concebirse centro del universo, incluso construir una cosmología propia y erigir su propio modelo de universo. Según las escrituras sagradas la soberbia no sólo es el mayor pecado, también es la raíz misma del pecado, engendrando así su mayor debilidad. En síntesis, no se trata del orgullo propio, sino del menosprecio que se siente por el otro, de no reconocer a los semejantes como tales, de no aceptar la diversidad de pensamientos.
Dentro de las diferentes concepciones del poder, una de ellas llega a considerar que el poder no es una cosa, ni que está en alguien o en algún lugar específico. Otra concepción define al poder como una relación social, por lo que es imprescindible polemizar y argumentar ideas en dicha relación, tanto horizontal como verticalmente. Sumándome a estos conceptos, creo imprescindible establecer claramente que quienes han sido electos gobernantes deben carecer de toda soberbia. De lo contrario, y a partir de esa gran debilidad, estarían gestando en la población una lucha contra ese poder hegemónico que los ignora como sujetos, buscando dar a luz una contra-hegemonía que los respete y dignifique como sujetos humanos.



Planificación de nuestras vidas


A partir de la búsqueda del respeto por nosotros mismos surge una nueva concepción sobre los diferentes aspectos que definen las acciones, que es decir tiempo y espacio, tanto públicos como privados, actuales y futuros, buscando respuestas por saber si en esta planificación de nuestras vidas, seremos protagonistas de la historia. Para ello se pueden observar tres paradigmas de planificación que responden, entre otras cosas, a distintas concepciones del poder: la planificación normativa, la estratégica, y la prospectiva.
La planificación normativa trabaja con un criterio de verdad único y objetivo, donde el profesional interviniente cree tener el poder otorgado por el saber. Ese saber que está dado por lo académico, generalmente desconoce el saber de las prácticas sociales. Se trabaja con datos como si fueran compartimentos estancos, donde a mayor distanciamiento del objeto tratado, la planificación se considera más legitima. Por otro lado, la planificación estratégica considera que existen varias verdades al mismo tiempo, pero que una de ellas impera sobre las otras. Ante esta amplitud de criterios acepta varios diagnósticos posibles. Existe una tensión lógica entre el conocimiento científico y la práctica social, con predominio del conocimiento académico. Hay un diálogo subordinado a lo político, con apertura social, y planificándose desde el poder con estos criterios. La planificación estratégica respeta la interdisciplina, sumando saberes, pero sin llegar al cruce entre los mismos, sin lograr lo transdisciplinario. Usa una gran variedad de herramientas y su concepción puede resumirse en la frase “pensar en el hoy para actuar en el mañana”. Por último, la planificación prospectiva cree que la verdad se construye en el tiempo y el espacio en el que se desarrolla el mismo sistema de relaciones. Considera que el saber científico en sí mismo no es garantía de éxito, que los saberes son múltiples y que están en todos los actores sociales. Articula el saber y la práctica, es facilitadora de procesos, con una tarea educativa y donde prevalece la participación. Su concepción puede resumirse en la frase “pensar en el mañana para actuar en el hoy”.
Por supuesto que todo es relativo y ninguno de los conceptos enunciados se desarrolla en forma exclusiva, pero estas reseñas ayudan a encontrar el camino a recorrer. Reiterando que toda acción define un tiempo y un espacio, además de una concepción de poder, el pueblo argentino presentó un mensaje muy claro para la mayoría de la ciudadanía. Creo que no lo es tanto en los planos dirigenciales, posiblemente por la soberbia que les invade al sentirse dueños de algo que no les pertenece: el poder de nuestras vidas.

Arq. Rubén Esteban Cabo