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Arq. Rubén Esteban Cabo



miércoles, 28 de abril de 2010

Modelos de crecimiento

Al compartir algunos criterios de la Profesora en Filosofía Telma Barreiro, es que me planteo que si bien en numerosas oportunidades se escucha hablar sobre sociedades desarrolladas, subdesarrolladas, o en vías de desarrollo, son muy pocas las veces que escuchamos conceptos sobre el desarrollo o el crecimiento humano.
Es común observar que el eje principal de los proyectos de vida en nuestras comunidades pasa principalmente por el intento de lograr un crecimiento económico acompañado, generalmente, por la búsqueda de un crecimiento tecnológico. Este crecimiento va dese la “posesión y manejo” de un teléfono celular, un MP4, equipos de audio, videos, hasta el de las computadoras más sofisticadas, ya sean para “jueguitos” como para la producción robótica virtual o mecánica en la automatización de la industria, la medicina, etc.

Dos razones irracionales y un modelo discordante
Hacernos considerar que el desarrollo económico y tecnológico de una sociedad gesta el desarrollo humano de sus miembros es una de las razones que atraen nuestra atención, de tal forma, que la adoptamos naturalmente como una condición necesaria y suficiente para que el ser humano “crezca”, resultando como lógica consecuencia tomar a las personas como instrumentos, muy complejos, pero instrumentos al fin.

La otra razón que muchas veces nos impide profundizar sobre el crecimiento humano es la que nos lleva a suponer que nuestra cultura ha logrado el mayor grado de desarrollo posible, y que formamos parte de una “civilización” desde donde podemos observar y distinguir al resto de los seres humanos que no forman parte de ella como si fueran de una categoría que está por debajo de la que sentimos estar.

A partir de estas nociones es que se propaga dentro de nuestra sociedad la existencia de un arquetipo de mujer y de hombre adulto “normal” o “maduro” que es regido desde la ausencia de políticas de estado nacionales, consolidada -dicha ausencia- por el modelo que ejerce su supremacía por sobre el resto, y que la concreta a partir de la existencia de una “no política” de estado, de tal forma que nos incorpora, y nos da respuesta a las necesidades económicas e institucionales del actual modelo de sociedad que conformamos, logrando que normalmente no discutamos dicho modelo.
Por otro lado, este prototipo al que somos llevados a ser, es lo necesariamente pobre como para no permitir el desarrollo de nuestras potencialidades humanas en relación con todo lo superior a nosotros mismos, todo lo que está fuera de cada uno de nosotros, y todo lo que está dentro de nosotros. Como consecuencia directa, no se nos ocurre pensar que otro modelo es posible.

Quienes orillamos las seis décadas de vida podemos recordar cómo en nuestra adolescencia y juventud vivíamos profundos cuestionamientos al modelo que se nos implantaba como algo natural. Muchas veces, sin llegar a comprender profundamente lo que acontecía, nos fuimos encontrando ante el nacimiento del movimiento hippie como una acción contracultural al sistema hegemónico reinante, o cuando a fines de la década del ’60 el mundo era escenario del “Mayo Francés”, donde obreros y estudiantes gestaron cambios que se expandieron a muchos otros países del mundo. También, en esa época, en nuestro país se desarrollaba un importante movimiento de protesta que recordamos como “El Cordobazo” y que aceleró la caída del entonces gobierno de facto autodenominado “Revolución Argentina”. En nuestra región, también fuimos actores de masivas protestas sociales que quedaron históricamente registradas como “El Cipollettazo” en la ciudad de Cipolletti, y un poco más tarde “El Rocazo” en General Roca. Más cerca en el tiempo, podría interpretarse como un intento de movilización sociocultural canalizado desde el Estado la realización del Congreso Pedagógico Nacional durante el gobierno de Ricardo Alfonsín.

Actualmente, cuando observamos las protestas populares que se producen en diferentes lugares del territorio nacional, en su mayoría se remiten al reclamo por un mejor crecimiento económico y no por un mejor crecimiento humano. Podemos recordar el “cacerolazo” producido a fines del 2001, o las movilizaciones surgidas a partir del conflicto entre el gobierno nacional y el sector agropecuario, y que explotara con el aumento de las retenciones. Por otro lado, es un hecho cotidiano vivir cortes de calles o rutas exigiendo una reivindicación de mejoras salariales, o la exigencia de un aumento de los planes trabajar.

Crecimiento primario y crecimiento de maduración
En este contexto, el análisis sobre la existencia de una “no política” de estado referida al crecimiento humano puede observarse más claramente, y así vislumbrar a qué intereses responde. Los líderes sociales y los propios educadores de la sociedad, inmersos dentro del escenario social al que pertenecen, en su gran mayoría pierden coherencia con las acciones resultantes a lo largo de la educación brindada y de la formación que entregan al conjunto de la sociedad. Considerando la existencia de por lo menos dos diferentes tipos de crecimiento, el primario y el de maduración, se puede analizar cómo el modelo hegemónico se realimenta por medio de un desarrollo humano a partir de la tipología del crecimiento primario, y desvaloriza al crecimiento de maduración.

Al crecimiento primario se lo identifica como al proceso de crecimiento que se produce durante la lactancia, la infancia y la adolescencia, preparando al ser humano para su adultez. Este crecimiento es el que constituye una exigencia biológica, y determina la finalización del crecimiento de cada ser humano, dándole características al proceso con una etapa de crecimiento (niñez, adolescencia), otra llamada de estancamiento o permanencia (adultez), y una final de decadencia (vejez, ancianidad).
Por otro lado, se puede reflexionar que, además del crecimiento primario existe potencialmente otra posibilidad de crecimiento no definida por las exigencias biológicas ni por los cambios substanciales en el cuerpo, donde el aprendizaje es mas lento, menos espectacular, respondiendo a una potencia psíquica del hombre, inmerso en su medio, y sin reconocer un límite en la edad del sujeto para su desarrollo. Esta concepción es la que se identifica con la designación de crecimiento de maduración.

Una nueva intersubjetividad
A modo de síntesis elemental, el crecimiento primario puede emparentarse directamente con una acción teleológica instrumental, donde el sistema dominante establece una inversión instructiva en la etapa de crecimiento (niñez y adolescencia), para obtener su retribución durante el transcurrir de la etapa identificada como permanencia, estancamiento o meseta (adultez) y descartar todo tipo de interés en la etapa de decadencia (vejez y ancianidad) hasta que se produzca la muerte. En todas estas etapas, el fin justifica los medios y la relación del hombre con su mundo objetivo, encontrándose cada vez más mediado por la técnica. Seguramente, comprendiendo esta visión, se pueden encontrar respuestas al por qué después de cierta edad es casi imposible conseguir trabajo remunerado, o poder volcar las diferentes experiencias de vida para que socialmente no se reiteren los mismos errores, o tratar de aumentar los niveles de educación más allá de los necesarios para alimentar al modelo externalista predominante.

En lo referido al crecimiento de maduración, la concepción es totalmente opuesta. Si bien existe el crecimiento primario, al considerar un permanente crecimiento en el ser humano hasta su muerte la relación del hombre con su mundo objetivo cambia totalmente. El reconocimiento por el saber de los mayores lleva a una relación de respeto, donde el ser humano no es cosificado, y por ende, tampoco es desvalorizado. La relación entre los hombres define la búsqueda del acuerdo que permita su desarrollo humano. Este tipo de crecimiento admite un acuerdo libre de coacciones, coordinando planes de acción, y otorgando una verdadera legitimidad de origen y de fines basada en acuerdos sociales y en políticas de consenso, respectivamente. En este caso estamos frente a una potencial teoría generativa que posibilita darle forma real a las características enunciadas aunque a simple vista parezcan utópicas.

Por último, es posible afirmar que en este punto nos encontramos a una distancia muy próxima para incorporar los pensamientos que hacen al nacimiento de una contra-hegemonía, conformando un sistema con nuevas relaciones sociales, nuevas relaciones políticas, y una intersubjetividad como producto social inherente de la cultura humana, en conversación directa con toda la sociedad, y otorgando al ser humano un nuevo potencial poder popular.

Rubén Esteban Cabo / Arquitecto
Publicado en Diario Río Negro el 27 de marzo de 2010