Siempre se camina al futuro. Tanto en la primera década del siglo veintiuno como en los años setenta del siglo veinte.
Cuando en la existencia humana lo importante es solamente el hoy, sin reconocer la historia, sin imaginar un proyecto de vida tanto propio como común, sin dudas se transita por un camino donde lo único que existe es ese camino que se recorre. El futuro puede estar muy cerca, casi al alcance de la mano, pero siempre resulta escurridizo, inalcanzable. El futuro se siente inaccesible, inexistente. Casi no se ve el futuro, casi se vive sin futuro.
Cuando en cada existencia humana se ocupa concientemente el tiempo y el espacio, y se reflexiona sobre la impronta de la huella que se deja porque se transita por un camino donde se reconocen su origen y destino, el futuro se siente tan cerca que es posible acariciarlo y comenzarlo a disfrutar. Casi se vive al abrigo de la esperanza y la ilusión del futuro.
En la primera década del siglo veintiuno, el futuro en la Argentina, aparentemente existía en otros lados, en otros continentes. Sea cual sea el tiempo y el espacio que se ocupara, pesaban sobremanera los ideales basados en el poder, en los logros económicos y en la creencia de que a partir de allí se podía lograr todo lo demás, por ejemplo la felicidad. Y como siempre ocurre, algunos lo lograron y otros no.
En la década de los años setenta del siglo veinte, el futuro en la Argentina, aparentemente existía en la Patagonia. De igual forma, en la búsqueda de ese futuro también pesaban los potenciales logros económicos que podrían obtenerse, pero con la diferencia de que estos logros se podrían alcanzar a partir de todo lo que estaba por hacerse, y cada cosa que se podría hacer se haría en la propia tierra. Cada huella, por más que pequeña que fuera, permitiría caminar mejor y más feliz a las generaciones presentes y futuras. Y como siempre ocurre, algunos lo lograron y otros no.
Tanto hoy como hace treinta y pico de años, la utopía es el futuro y la realidad el camino.
Cuando la duda nos invade y no se sabe por dónde ni hacia dónde se está caminando, es importante detenerse un momento para contemplar el tiempo y el espacio que se ocupa. En esta contemplación, cuando podemos reconocernos a nosotros mismos en cada mirada, en cada paisaje, en la gente, en el canto, en la protesta, en la mano que lastima y en la mano solidaria, entonces podremos reconocer el camino, su origen y su destino, porque ese camino ya será parte de nuestras propias pertenencias además de ser uno el que pertenece al camino.
En este contemplar de cada mirada es posible amar la huella transferida, valorizar la historia y sentir que en cada acto de la vida se escribe parte de esa historia, que es posible buscar un objetivo común con quienes están a nuestro lado. Entonces se podrá tener un futuro, paradójica y utópicamente tangible.
Tanto hoy como hace treinta y pico de años, entre realidades y utopías, siempre caminando al futuro, definimos la Patria, cosa muy importante, porque diga lo que se diga, siempre es nuestra.
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