El 27 de Octubre de 2010, en Argentina era un feriado muy especial. Ese día se realizaba el Censo Nacional, y mientras me preparaba, como la mayoría de la población, para recibir al censista y responder a todas sus preguntas, escuchaba por los medios de comunicación el anuncio de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner.
En forma casi inmediata la franja dirigencial, tanto oficialista como opositora, se expresaba sobre el tema destacando las características de este hombre de 60 años que había tenido una fuerte presencia en la lucha por sus ideas y forma de vida, y que más allá de compartirlas o no, merece el respeto que le es propio a todo ser humano.
Fue entonces que, ingenuamente, llegó a mi mente la imagen de Mariano Ferreyra, el hombre de 23 años que también había tenido una fuerte presencia en la lucha por sus ideas y forma de vida, y que más allá de compartirlas o no, también merece el respeto que le es propio a todo ser humano.
La gran diferencia entre ambos, más allá de los años vividos por cada uno y las distintas formas de sus ideales y de sus formas de luchar, es que mientras uno falleció por muerte natural el otro fue asesinado sin escrúpulos por un estado de violencia que nos lleva a estar de luto todos los días. Además, y a pesar de los días transcurridos, la franja dirigencial, tanto oficialista como opositora, no se expresó sobre el tema destacando las características de este hombre de 23 años y de su lucha cotidiana.
Con seguridad, Argentina está de luto por estas muertes, y por todas las que ocurren cotidianamente. Las banderas a media asta deberían permanecer por los 206 niños misioneros que murieron por desnutrición en lo que va del año; por cada vez que muere de hambre una criatura en cualquier rincón del país, por esa pena de muerte que reciben al nacer por el simple hecho de haber nacido. Las banderas a media asta deberían permanecer por cada muerte violenta que se produce envuelta por un manto de robos, secuestros, drogas, etc. Las banderas a media asta deberían permanecer por cada muerte que se produce por la burocracia estatal, la impunidad empresarial, la anomia social, la falta de solidaridad, o la corrupción popularizada en la que estamos inmersos, casi aceptándola como algo natural.
Cada vida humana vale, y todas por igual. Aunque alguien pueda sentirse poderoso, o capaz de vivir impunemente creyendo que se puede disponer de todo a gusto y placer; creyendo que se puede disponer del poder temporal prestado por la sociedad para dirigirla por un tiempo, ya sea en un club, en un gremio, en el gobierno; creyendo que la violencia y la fuerza nos brindan una protección imposible de ser vencida, a pesar de creer todo eso y mucho más, tenemos una vida que vale como todas. Y que como todas llegará a su fin, más allá de la cosmovisión que tengamos cada uno del mundo que culturalmente construimos.
Y mientras sentía que la Argentina está de luto, la censista golpeó a la puerta. Al finalizar la entrevista, le comentaba entre otras cosas que el próximo fin de semana iba a poder ver por televisión a mi equipo de futbol preferido, y engañándome en forma inconsciente agregué la palabra “gratis”, olvidando el trágico costo que pagamos.
Rubén Esteban Cabo
27 de Octubre de 2010
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