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Arq. Rubén Esteban Cabo



sábado, 7 de febrero de 2009

Allen y su necesidad de viviendas

Al pretender opinar sobre distintos aspectos de la ciudad de Allen, creo necesario mencionar algunos conceptos propios del espacio urbano. Para ello es interesante recordar las funciones definidas en el manifiesto urbanístico redactado en el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) celebrado en Atenas en 1933 y publicado recién en 1942 por Le Corbusier bajo el título “La Carta de Atenas – Principios del Urbanismo” donde expresa, y a modo de síntesis, que “las claves del urbanismo se contienen en las cuatro funciones siguientes: habitar, trabajar, recrearse (en las horas libres), circular.” (Le Corbusier; 1993; 119). Si se incorpora el criterio del movimiento denominado Nuevo Urbanismo, que si bien trata sobre realidades específicas de Estados Unidos, donde sus diseñadores están a favor de comunidades más pequeñas y densas que los suburbios tradicionales, se observa que establecen pautas generales como ser límites urbanos definidos y una adecuada multiplicidad de funciones que incorporan espacios recreativos, comerciales, institucionales y laborales, siempre en estrecha vinculación con una variada tipología de residencias. Plantean que estas viviendas deben ser accesibles a diversos grupos socioeconómicos, y destinadas de tal manera que se propicie la diversidad urbana. (Irazbal, Clara; 2001). Observando tanto el pensamiento de posguerra generado por Le Corbusier para la reconstrucción de las ciudades, como el del Nuevo Urbanismo de principios de este siglo XXI, se infiere que es imperioso de abordar la temática que hace a la vivienda.

¿Cuántas viviendas necesita Allen?
En el caso específico de la ciudad de Allen, el interior de la poligonal urbana cuenta con una densidad bruta estimada en 36 habitantes por hectárea, correspondiéndose con una densidad baja, donde la edificación es de una o dos plantas, y cuyo principal destino es la vivienda unifamiliar. En el año 2007, según la Empresa de Energía Río Negro Sociedad Anónima (EDERSA), existía una totalidad de 6.794 conexiones domiciliarias de energía eléctrica de uso Residencial. Cada medidor de energía abastece a una unidad de vivienda, y adoptando el promedio de 3,4 ocupantes por unidad habitacional, según los datos de los Censos Nacionales de 1.991 y 2.001, se infiere que 23.097 habitantes tenían resueltas sus necesidades habitacionales, como propietarios o inquilinos. La proyección del crecimiento poblacional estimado para el año 2.007 se valuó en 26.827 habitantes. Considerando la diferencia entre ambos datos, puede interpretarse que existían 3.730 pobladores con problemas de vivienda, y que a partir del valor promedio de ocupantes por unidad, arrojaría un déficit estimado en 1.100 viviendas.
Ante esta necesidad, se debería definir cuántas viviendas corresponden al sector rural y cuántas al área urbana. De acuerdo al último censo, los habitantes rurales del ejido allense representan el 20% de la población, mientras que el 80% restante se ubican dentro de la poligonal urbana. Respetándose la relación de cantidad de habitantes por vivienda, surge que en el área rural debería resolverse la construcción de 220 viviendas, mientras que en el área urbana el déficit a cubrir sería de 880 viviendas.
Por supuesto que este análisis está condicionado, en gran medida, por fuertes decisiones políticas, económicas y sociales. Por ejemplo, con respecto al área rural, debería definirse si el criterio es consolidar los habitantes en sus lugares de origen, o buscar un desplazamiento migratorio de esta población hacia el área urbana, si contempla el criterio de población rural dispersa, o el de asentamientos rurales en áreas ya existentes, o nuevas, etc. Con respecto a las viviendas urbanas, y al solo efecto de tener una mera aproximación de la superficie de tierras que se requieren, se recuerda que la subdivisión mínima del suelo, según la actual legislación, es de 300,00 m2 por parcela. A partir de esta normativa surge un requerimiento mínimo de aproximadamente 27Ha. para satisfacer la cantidad de viviendas necesarias dentro del ejido urbano, debiéndosele agregar los espacios comunes, circulaciones, etc., pudiendo sufrir variaciones según los criterios técnicos a adoptarse y las alternativas ofrecidas por el Código Urbano. Inmediatamente se plantea el interrogante por definir en qué sectores de la ciudad deberían emplazarse estos nuevos espacios. La respuesta implica desarrollar, en segunda instancia, todo un tema de amplísima complejidad.


¿Quién define qué hacer?
Por supuesto que ésta es una opinión profesional absolutamente personal, y abierta a toda discusión. Sin dudas, sería más que interesante saber cuál es el análisis desde las distintas esferas de gobierno, tanto en lo local, provincial, como nacional. Es en estos ámbitos donde se definen las políticas que determinan qué cantidad del déficit debería ser cubierto por planes oficiales para gremios, cooperativas, ONGs, etc., y qué cantidad de viviendas deberían ser de interés social para habitantes con sus necesidades básicas insatisfechas. Allí también se definen las políticas que fijan cuál es el potencial volumen a ser absorbido por la actividad privada, tanto desde el esfuerzo propio (la casa propia) como desde el negocio inmobiliario (viviendas de alquiler, construcciones para la compra-venta, etc.). En síntesis, para resolver esta situación deficitaria, es imprescindible proyectarse en el tiempo y en el territorio, y donde estas “Políticas de Estado” demarquen el porcentaje de construcciones a ser ejecutados desde la actividad privada, cuál asumido por el Estado, y cuál en forma mixta. Frente a estas definiciones, la participación de la sociedad en diferentes ámbitos de gobierno se hace imprescindible.
Al interpretar el pensamiento de Atilio Boron (“La sociedad civil después del diluvio neoliberal” / Capítulo III), puede afirmarse que las economías neoliberales generan, cada día, más pobres que nunca, y una mayor exclusión social. Para el neoliberalismo ésta es una señal altamente positiva, porque significa que el mercado se mueve sin interferencias, donde esta hegemonía promueve una sociedad fragmentada y heterogénea, con profundas desigualdades, impactando sobre el actual paradigma productivo. Las sociedades, distantes e irreconciliables, son articuladas hábilmente por la vía idolatrada e ilusoria de la televisión, y de muchos medios locales de comunicación, quienes poco a poco, se transforman en factores de poder social. Podría pensarse que nada tiene que ver este tema con el de las viviendas, pero no es tan así, más allá de no desarrollarlo en este momento.
Aunque se estime que el Estado no puede controlar al Mercado, los diferentes tipos de leyes emanadas desde el Estado, en definitiva, son las reglas que permiten orientar el crecimiento de la ciudad, y por ende de la sociedad que le da forma, tanto en lo relacionado con sus aspectos físicos, económicos, sociales, y culturales. Por eso, y ante posibles atisbos de impotencia que puedan sentirse, creo interesante recordar y compartir los conceptos vertidos por la Arq. Noemí Goytía de Moisset (Programa Master en Conservación del Patrimonio; CICOP Argentina; 1996) cuando expresa que el ambiente “es la respuesta resultante a la interacción de todas las situaciones y condiciones de vida –posibilitantes o no– de un lugar, con un grupo humano tratando de desarrollar vida y existencia en ese lugar y con esas condiciones de vida. En palabras simples, la resultante de la interacción hombre-territorio culturizado y socializado”.
Todos nosotros interactuamos en cada instante de la vida con el espacio que ocupamos o dejamos de ocupar, con el espacio público o privado, con el espacio social o individual. Aunque muchas veces terminamos no estando de acuerdo con la propia forma que le damos, concientes o inconcientes, siempre vamos dándole su forma.

Arq. Rubén Esteban Cabo – Publicado en Diario Río Negro el 20/03/08

¿Los partidos políticos, pierden su identidad?





Cual símbolo inaugural de la actual era democrática argentina, en mi mente perdura la imagen del Dr. Raúl Alfonsín con su brazo en alto y pregonando el preámbulo de nuestra Constitución Nacional frente a millares de personas. A partir de entonces, y a lo largo de estos 25 años, los partidos políticos han producido hechos que dejan planteados grandes interrogantes acerca de sus identidades. Recorriendo con una rápida mirada los niveles locales de gobierno, se pueden encontrar en los actuales Concejos Deliberantes a representantes de partidos políticos que poco tiempo antes lo habían sido de otros. Quien hoy es Concejal por el PJ ayer lo fue por la UCR, el actual representante del PPR lo era del PJ, y así se podría continuar con muchos otros ejemplos. A nivel provincial, alianzas mediante, se observan dirigentes de diversos partidos políticos que asumen funciones públicas, y que en desmedro de la propia filosofía partidaria, actúan en defensa de los principios y valores que hacen al oficialismo gobernante. Por último, y a nivel nacional, existen innumerables ejemplos de dirigentes que han “reemplazado” instantáneamente sus principios y valores partidarios, recordando el caso más grosero y emblemático, como lo es el popularmente llamado “Borocotazo”.
Frente a esta realidad y ante el derecho que tenemos todos de cambiar nuestra forma de pensar, surge el interrogante por saber si esos cambios son el producto de un crecimiento por maduración del desarrollo humano, o son el producto de una simple conveniencia ocasional. A esta última “utilidad” se le suma el enigma por discernir si el mayor beneficio será obtenidopor la persona o por los partidos políticos, siendo esta segunda situación mucho más grave que la primera, ya que a lo largo de la historia las instituciones -partidos políticos- subsisten, mientras que las personas pasan.

Observando los resultados de diversas elecciones se puede interpretar que el electorado ya no está cautivo a partir de la defensa de valores partidarios. Por ejemplo, en una misma ciudad, a un mismo tiempo, y en una misma elección, se dan diferentes resultados de opciones partidarias entre los niveles local, provincial, y nacional.
A partir de ello, y al enfrentarse a esta situación, los dirigentes políticos buscan cautivar a los electores de muy diferentes formas, donde la mayoría de estas formas se basan en la generación de dependencias personales del elector, como lo pueden ser la entrega de becas o pensiones especiales, de “planes trabajar”, empleos estatales, bolsones de alimentos, promesas de viviendas, etc.
Los partidos políticos tomaron sentido a partir de la defensa de valores sociales, donde los sujetos que se identificaban con dichos valores los fueron transformando en principios identitarios del partido. Analizando y compartiendo conceptos de Antonio Gramsci, puede esquematizarse que para que un partido político históricamente exista deben darse tres elementos fundamentales. Un conjunto de hombres con capacidad de fidelidad y disciplina, un elemento cohesivo, centralizador y disciplinador, y un tercer elemento articulador entre ambos. Actualmente sobrevienen situaciones inversas a estos conceptos.

¿Los partidos políticos, pierden su identidad?

Hoy, una de las características de los partidos políticos es pretender dar respuesta a las exigencias de la sociedad como si fueran a satisfacer la demanda de un mercado al que hay que conquistar, y donde los principales requerimientos son generalizados y comunes al conjunto de la sociedad. Para satisfacer esa demanda, y como consecuencia directa, la mayoría de las “ofertas” que se producen también resultan generalizadas y comunes al conjunto de los partidos políticos. En sus plataformas y propuestas es muy difícil encontrar grandes diferencias, y menos aún elementos propios y característicos que distingan a unos de otros.
Otra de las características a tener en cuenta es el ejercicio de la actividad política como profesión, con sus ventajas y desventajas. En referencia a las ventajas subrayo la necesidad que surge por lograr una preparación personal superior, con mayores vínculos y conocimientos, y afines con la complejidad que denota la sociedad actual. Con respecto a las desventajas, destaco la imperiosa necesidad por mantener a toda costa la continuidad rentada del “trabajo de político”. Este requerimiento conlleva en forma implícita un pragmatismo y una búsqueda de alianzas que van más allá de los principios correspondientes al partido de pertenencia. Como expresa Isidoro Cheresky, “Los responsables políticos y las fracciones internas no parecen dispuestas a arriesgar sus chances de acceso al aparato del Estado en nombre de la diferenciación principista.” (El Proceso de Democratización / Instituto e Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales - UBA, 1991)

A partir de estos conceptos se observa que los partidos políticos, irremediablemente, se encaminan hacia un constante deterioro en sus valores identitarios. Pero también puede interpretarse que, más que una pérdida de identidad, estamos frente a una metamorfosis basada en un proceso de intercambio de identidades de los partidos políticos, donde se diluye la propia y se genera una nueva identidad común que responde básicamente a intereses económicos globalizados, y no a las necesidades propias de nuestra Nación.
Además, y ante las características de los nuevos movimientos sociales, sin duda alguna, los partidos políticos deben rever sus esquemas de funcionamiento, sus estructuras, incluso su cosmología política. Pero esta búsqueda no debería comprometer bajo ningún aspecto a los valores, principios, elementos propios y diferenciadores que hacen a sus identidades partidarias.

Por último, quiero resaltar que los cambios, tanto personales como sociales, son propios de todo conjunto humano. Somos entes dinámicos, cada sujeto y cada grupo social. Sin irrumpir en un análisis filosófico cultural, hay que recordar que a lo largo de la historia hemos conformado diversos tipos de sociedades.
Todo lo que acontece a lo largo de la historia no puede ser considerado como una simple evolución lineal. Hay elementos, experiencias de la cultura, que no son ni más ni menos que otros, solo son diferentes. A partir de ello, e interpretando conceptos de la Dra. en Filosofía María Susana Paponi en su cátedra de la Universidad Nacional del Comahue, se entiende que “existe una interrelación entre los campos del saber, los tipos de normativas, y los modos de subjetivación”. Dentro de los campos del saber encontramos el eje de la verdad definida en cada tiempo y espacio, dentro de los tipos de normativas se ubica el eje del poder, mientras que dentro de los modos de subjetivación ubicamos que tipo de sujeto es el resultante de estas interacciones. Estos campos permanentemente interrelacionados entre sí, conforman una espiral donde queda reflejada la dinámica de los cambios y las permanencias sociales.
Se puede aceptar que una experiencia se diferencia de otra cuando los rasgos propios de una práctica ya no pueden ser identificados en la otra. Dentro del análisis de las experiencias vividas por la humanidad, a partir del siglo XV y hasta el presente, pueden distinguirse tres tipologías de sociedades. En principio, desde el siglo XV al XVIII la que se identifica como la sociedad de soberanía. A continuación, y hasta inicios del siglo XX la sociedad disciplinaria, y actualmente la sociedad de control, aunque ya puede comenzar a verse la prospectiva de la misma.
Los cambios y las permanencias son fundamentales para garantizar la continuidad social del ser humano, siempre dentro de un sistema que garantice el respeto por sus valores, especialmente el de la vida y la libertad. Por ello creo esencial revalorizar permanentemente al sistema democrático como una forma de vida, mucho más allá de la simplista idea de considerarlo como una forma de gobierno.
Todas las correcciones necesarias, y surgidas a partir de la vida en democracia, deben ser resueltas pura y exclusivamente con una mayor y profunda vida en democracia, incluyendo especialmente a la democracia social.


Arq. Rubén Esteban Cabo / Publicado en Diario Río Negro - 05/02/09









Argentina y la construcción de su enemigo

En mi opinión, a partir de un hecho se construyen diferentes realidades según el lugar desde el que se lo observa, qué intereses se defiendan, y qué objetivos se persigan. Por eso existen opiniones a favor y en contra sobre todo tema. Por ejemplo, sobre el conflicto del gobierno nacional con el “campo”, sobre la generación de la cultura del “trabajo” o la del “plan trabajar”, sobre la reducción de la edad para la imputabilidad de los menores, sobre el mantenimiento de los índices oficiales del Indec, sobre el blanqueo de capitales, sobre el Plan Anticrisis, sobre la eliminación de las AFJP, sobre la readquisición de Aerolíneas Argentinas, sobre los subsidios a los ferrocarriles y el control de calidad del servicio, sobre el “intercambio” de partidos políticos entre dirigentes, o de dirigentes entre partidos políticos, sobre la pobreza estructural y los nuevos pobres, sobre la importancia de la educación, sobre la nueva escala de valores en la humanidad, sobre el mercado económico financiero global, etc.
Según mi construcción de la realidad, cada uno de nosotros estamos permanentemente intercambiando parte de nuestro poder individual. Lo prestamos por un tiempo determinado a quienes elegimos para que ejerzan la responsabilidad de gobernar, pero sin perder la capacidad de su recuperación para prestarlo nuevamente a otro electo. Es decir, el poder siempre es nuestro, de cada uno de nosotros.
A pesar de ello, muchos de los que deben ejercer la responsabilidad de gobernar a partir de ese poder delegado, llegan a confundirse de tal forma que sienten que ese poder prestado les es propio. Y lo más grave aún es cuando pretenden hacérnoslo creer como cierto.

Construyendo el “alter” y el “ego”
En todo conjunto de seres humanos, y siempre según la construcción de la realidad que se haga, puede reconocerse un dinamismo cultural como totalidad orgánica, con una interdependencia de las partes que hacen a esa cultura, y donde dichos elementos se explican a partir de la función que cumplen. Bajo esta concepción y en referencia a la arquitectura, la forma del espacio queda determinada por la función que va a desempeñar. Desde lo lingüístico, se conciben sus elementos a partir de un sistema basado en su función dentro de la comunicación. Desde una mirada sociológica pueden observarse los efectos que determinados fenómenos sociales tienen en el funcionamiento, la adaptación o la adecuación “anormal” de un sistema social, si es que puede establecerse qué es lo “normal” y qué es lo “anormal”. Dentro de la antropología, y según esta mirada, la cultura se transforma en un conjunto de elementos interrelacionados, donde cada sistema puede modificar hábitos, ya sean alimentarios, del sistema de explotación agrícola, de transmisiones hereditarias, de comercio, del concepto de riqueza, etc.
Dentro de las atrocidades que generamos los seres humanos, la Segunda Guerra Mundial nos marca profundamente como humanidad. Y es especialmente después de este hecho en que cada uno de nosotros hemos dejado de ser considerados objetos de estudio para transformarnos en sujetos de estudio, luego en interlocutores válidos, y posteriormente en productores de conocimiento.
Normalmente, y a pesar de los cambios que continúan dándose, se mantienen determinados principios básicos. Uno de esos principios es el conformado como la “ciencia de los otros”, normalmente interpretada como la “otredad”. Es imposible que exista “un otro” sin la existencia de “un yo”. Básicamente, para reconocer la existencia de “un yo”, primero se debe reconocer la existencia de “un otro”, surgiendo este reconocimiento a partir del concepto de diferencia. En este análisis de la intersujetividad entre “un yo” y “un otro”, también emergen el cómo se observan a los otros y el qué interesa de los otros.
En relación con la generación del “poder”, para darle sentido a la existencia del “ego” -el yo- se requiere imperiosamente de la construcción del “alter” -el otro-, donde ese otro es transformado en el “enemigo” que justifica cada accionar del “yo”, en su propia defensa y en la de todos los que se identifican con ese “yo”, siempre descalificando al “otro”, que es decir al enemigo común presentado como amenaza.

Construyendo al enemigo
El poder hegemónico internacional permanentemente requiere de un enemigo que justifique y otorgue sentido a su accionar. Se podrían enumerar un sinfín de ejemplos. Muy fresco en la memoria humana está la construcción del enemigo a partir de la “guerra fría“, o de la de Vietnam, o la lucha contra el terrorismo internacional. Invariablemente es la defensa del “yo” a toda costa y de cualquier forma ante el peligro que representa el “otro”.
A nivel nacional, y ante esa necesidad de erigir un “yo” hegemónico, resulta engañosa la construcción del “otro” como enemigo. Algunas acciones del gobierno nacional evidencian su imposibilidad para enfrentar al enemigo externo -deuda externa, mercados internacionales, petróleo, crisis económica, globalización, etc.- por lo que ante su apremio por establecer un “enemigo”, reemplaza ese enemigo externo por la construcción de un enemigo interno, dentro del propio territorio nacional. Un claro ejemplo es el accionar con respecto al “campo”, donde se intenta provocar una división en la población que confiera sentido y respaldo al accionar del gobierno, generando la encrucijada entre defender al “yo” -el gobierno- del “otro” -el campo- constituido como enemigo. Podrían ejemplificarse otros hechos de enfrentamiento, como el de plantear quiénes están de acuerdo con la estadística oficial y quiénes no, quiénes defienden la existencia de las AFJP y quiénes no, etc.
En mi opinión, creo en la existencia de enemigos internos, pero que deben ser enfrentados por el conjunto de la nación a partir del consenso y no del disenso. De esa manera, el “yo” queda compuesto por todos los dueños del poder y por quienes han sido receptores temporalmente del mismo, es decir por el pueblo y sus gobernantes. En oposición, la identificación del “otro”, del enemigo, está constituido por la deserción escolar, el deterioro de la salud pública, los altos niveles de inseguridad, la mortalidad infantil, la corrupción estructural, el abismo diferencial entre los más ricos y los más pobres, la ausencia de proyectos sociales de vida, la desesperanza, la anomia social…
Insisto, este enemigo interno puede ser enfrentado única y exclusivamente a partir de un pueblo unido que otorgue sentido a la existencia del “yo”, que es decir la existencia de todos nosotros, sin someterse el enfrentamiento absurdo al que estamos siendo llevados y más allá del “divide y reinarás”.
Arq. Rubén Esteban Cabo – Publicado Diario Río Negro del 21 de enero 2009