En mi opinión, a partir de un hecho se construyen diferentes realidades según el lugar desde el que se lo observa, qué intereses se defiendan, y qué objetivos se persigan. Por eso existen opiniones a favor y en contra sobre todo tema. Por ejemplo, sobre el conflicto del gobierno nacional con el “campo”, sobre la generación de la cultura del “trabajo” o la del “plan trabajar”, sobre la reducción de la edad para la imputabilidad de los menores, sobre el mantenimiento de los índices oficiales del Indec, sobre el blanqueo de capitales, sobre el Plan Anticrisis, sobre la eliminación de las AFJP, sobre la readquisición de Aerolíneas Argentinas, sobre los subsidios a los ferrocarriles y el control de calidad del servicio, sobre el “intercambio” de partidos políticos entre dirigentes, o de dirigentes entre partidos políticos, sobre la pobreza estructural y los nuevos pobres, sobre la importancia de la educación, sobre la nueva escala de valores en la humanidad, sobre el mercado económico financiero global, etc.
Según mi construcción de la realidad, cada uno de nosotros estamos permanentemente intercambiando parte de nuestro poder individual. Lo prestamos por un tiempo determinado a quienes elegimos para que ejerzan la responsabilidad de gobernar, pero sin perder la capacidad de su recuperación para prestarlo nuevamente a otro electo. Es decir, el poder siempre es nuestro, de cada uno de nosotros.
A pesar de ello, muchos de los que deben ejercer la responsabilidad de gobernar a partir de ese poder delegado, llegan a confundirse de tal forma que sienten que ese poder prestado les es propio. Y lo más grave aún es cuando pretenden hacérnoslo creer como cierto.
Construyendo el “alter” y el “ego”
En todo conjunto de seres humanos, y siempre según la construcción de la realidad que se haga, puede reconocerse un dinamismo cultural como totalidad orgánica, con una interdependencia de las partes que hacen a esa cultura, y donde dichos elementos se explican a partir de la función que cumplen. Bajo esta concepción y en referencia a la arquitectura, la forma del espacio queda determinada por la función que va a desempeñar. Desde lo lingüístico, se conciben sus elementos a partir de un sistema basado en su función dentro de la comunicación. Desde una mirada sociológica pueden observarse los efectos que determinados fenómenos sociales tienen en el funcionamiento, la adaptación o la adecuación “anormal” de un sistema social, si es que puede establecerse qué es lo “normal” y qué es lo “anormal”. Dentro de la antropología, y según esta mirada, la cultura se transforma en un conjunto de elementos interrelacionados, donde cada sistema puede modificar hábitos, ya sean alimentarios, del sistema de explotación agrícola, de transmisiones hereditarias, de comercio, del concepto de riqueza, etc.
Dentro de las atrocidades que generamos los seres humanos, la Segunda Guerra Mundial nos marca profundamente como humanidad. Y es especialmente después de este hecho en que cada uno de nosotros hemos dejado de ser considerados objetos de estudio para transformarnos en sujetos de estudio, luego en interlocutores válidos, y posteriormente en productores de conocimiento.
Normalmente, y a pesar de los cambios que continúan dándose, se mantienen determinados principios básicos. Uno de esos principios es el conformado como la “ciencia de los otros”, normalmente interpretada como la “otredad”. Es imposible que exista “un otro” sin la existencia de “un yo”. Básicamente, para reconocer la existencia de “un yo”, primero se debe reconocer la existencia de “un otro”, surgiendo este reconocimiento a partir del concepto de diferencia. En este análisis de la intersujetividad entre “un yo” y “un otro”, también emergen el cómo se observan a los otros y el qué interesa de los otros.
En relación con la generación del “poder”, para darle sentido a la existencia del “ego” -el yo- se requiere imperiosamente de la construcción del “alter” -el otro-, donde ese otro es transformado en el “enemigo” que justifica cada accionar del “yo”, en su propia defensa y en la de todos los que se identifican con ese “yo”, siempre descalificando al “otro”, que es decir al enemigo común presentado como amenaza.
Construyendo al enemigo
El poder hegemónico internacional permanentemente requiere de un enemigo que justifique y otorgue sentido a su accionar. Se podrían enumerar un sinfín de ejemplos. Muy fresco en la memoria humana está la construcción del enemigo a partir de la “guerra fría“, o de la de Vietnam, o la lucha contra el terrorismo internacional. Invariablemente es la defensa del “yo” a toda costa y de cualquier forma ante el peligro que representa el “otro”.
A nivel nacional, y ante esa necesidad de erigir un “yo” hegemónico, resulta engañosa la construcción del “otro” como enemigo. Algunas acciones del gobierno nacional evidencian su imposibilidad para enfrentar al enemigo externo -deuda externa, mercados internacionales, petróleo, crisis económica, globalización, etc.- por lo que ante su apremio por establecer un “enemigo”, reemplaza ese enemigo externo por la construcción de un enemigo interno, dentro del propio territorio nacional. Un claro ejemplo es el accionar con respecto al “campo”, donde se intenta provocar una división en la población que confiera sentido y respaldo al accionar del gobierno, generando la encrucijada entre defender al “yo” -el gobierno- del “otro” -el campo- constituido como enemigo. Podrían ejemplificarse otros hechos de enfrentamiento, como el de plantear quiénes están de acuerdo con la estadística oficial y quiénes no, quiénes defienden la existencia de las AFJP y quiénes no, etc.
En mi opinión, creo en la existencia de enemigos internos, pero que deben ser enfrentados por el conjunto de la nación a partir del consenso y no del disenso. De esa manera, el “yo” queda compuesto por todos los dueños del poder y por quienes han sido receptores temporalmente del mismo, es decir por el pueblo y sus gobernantes. En oposición, la identificación del “otro”, del enemigo, está constituido por la deserción escolar, el deterioro de la salud pública, los altos niveles de inseguridad, la mortalidad infantil, la corrupción estructural, el abismo diferencial entre los más ricos y los más pobres, la ausencia de proyectos sociales de vida, la desesperanza, la anomia social…
Insisto, este enemigo interno puede ser enfrentado única y exclusivamente a partir de un pueblo unido que otorgue sentido a la existencia del “yo”, que es decir la existencia de todos nosotros, sin someterse el enfrentamiento absurdo al que estamos siendo llevados y más allá del “divide y reinarás”.
Según mi construcción de la realidad, cada uno de nosotros estamos permanentemente intercambiando parte de nuestro poder individual. Lo prestamos por un tiempo determinado a quienes elegimos para que ejerzan la responsabilidad de gobernar, pero sin perder la capacidad de su recuperación para prestarlo nuevamente a otro electo. Es decir, el poder siempre es nuestro, de cada uno de nosotros.
A pesar de ello, muchos de los que deben ejercer la responsabilidad de gobernar a partir de ese poder delegado, llegan a confundirse de tal forma que sienten que ese poder prestado les es propio. Y lo más grave aún es cuando pretenden hacérnoslo creer como cierto.
Construyendo el “alter” y el “ego”
En todo conjunto de seres humanos, y siempre según la construcción de la realidad que se haga, puede reconocerse un dinamismo cultural como totalidad orgánica, con una interdependencia de las partes que hacen a esa cultura, y donde dichos elementos se explican a partir de la función que cumplen. Bajo esta concepción y en referencia a la arquitectura, la forma del espacio queda determinada por la función que va a desempeñar. Desde lo lingüístico, se conciben sus elementos a partir de un sistema basado en su función dentro de la comunicación. Desde una mirada sociológica pueden observarse los efectos que determinados fenómenos sociales tienen en el funcionamiento, la adaptación o la adecuación “anormal” de un sistema social, si es que puede establecerse qué es lo “normal” y qué es lo “anormal”. Dentro de la antropología, y según esta mirada, la cultura se transforma en un conjunto de elementos interrelacionados, donde cada sistema puede modificar hábitos, ya sean alimentarios, del sistema de explotación agrícola, de transmisiones hereditarias, de comercio, del concepto de riqueza, etc.
Dentro de las atrocidades que generamos los seres humanos, la Segunda Guerra Mundial nos marca profundamente como humanidad. Y es especialmente después de este hecho en que cada uno de nosotros hemos dejado de ser considerados objetos de estudio para transformarnos en sujetos de estudio, luego en interlocutores válidos, y posteriormente en productores de conocimiento.
Normalmente, y a pesar de los cambios que continúan dándose, se mantienen determinados principios básicos. Uno de esos principios es el conformado como la “ciencia de los otros”, normalmente interpretada como la “otredad”. Es imposible que exista “un otro” sin la existencia de “un yo”. Básicamente, para reconocer la existencia de “un yo”, primero se debe reconocer la existencia de “un otro”, surgiendo este reconocimiento a partir del concepto de diferencia. En este análisis de la intersujetividad entre “un yo” y “un otro”, también emergen el cómo se observan a los otros y el qué interesa de los otros.
En relación con la generación del “poder”, para darle sentido a la existencia del “ego” -el yo- se requiere imperiosamente de la construcción del “alter” -el otro-, donde ese otro es transformado en el “enemigo” que justifica cada accionar del “yo”, en su propia defensa y en la de todos los que se identifican con ese “yo”, siempre descalificando al “otro”, que es decir al enemigo común presentado como amenaza.
Construyendo al enemigo
El poder hegemónico internacional permanentemente requiere de un enemigo que justifique y otorgue sentido a su accionar. Se podrían enumerar un sinfín de ejemplos. Muy fresco en la memoria humana está la construcción del enemigo a partir de la “guerra fría“, o de la de Vietnam, o la lucha contra el terrorismo internacional. Invariablemente es la defensa del “yo” a toda costa y de cualquier forma ante el peligro que representa el “otro”.
A nivel nacional, y ante esa necesidad de erigir un “yo” hegemónico, resulta engañosa la construcción del “otro” como enemigo. Algunas acciones del gobierno nacional evidencian su imposibilidad para enfrentar al enemigo externo -deuda externa, mercados internacionales, petróleo, crisis económica, globalización, etc.- por lo que ante su apremio por establecer un “enemigo”, reemplaza ese enemigo externo por la construcción de un enemigo interno, dentro del propio territorio nacional. Un claro ejemplo es el accionar con respecto al “campo”, donde se intenta provocar una división en la población que confiera sentido y respaldo al accionar del gobierno, generando la encrucijada entre defender al “yo” -el gobierno- del “otro” -el campo- constituido como enemigo. Podrían ejemplificarse otros hechos de enfrentamiento, como el de plantear quiénes están de acuerdo con la estadística oficial y quiénes no, quiénes defienden la existencia de las AFJP y quiénes no, etc.
En mi opinión, creo en la existencia de enemigos internos, pero que deben ser enfrentados por el conjunto de la nación a partir del consenso y no del disenso. De esa manera, el “yo” queda compuesto por todos los dueños del poder y por quienes han sido receptores temporalmente del mismo, es decir por el pueblo y sus gobernantes. En oposición, la identificación del “otro”, del enemigo, está constituido por la deserción escolar, el deterioro de la salud pública, los altos niveles de inseguridad, la mortalidad infantil, la corrupción estructural, el abismo diferencial entre los más ricos y los más pobres, la ausencia de proyectos sociales de vida, la desesperanza, la anomia social…
Insisto, este enemigo interno puede ser enfrentado única y exclusivamente a partir de un pueblo unido que otorgue sentido a la existencia del “yo”, que es decir la existencia de todos nosotros, sin someterse el enfrentamiento absurdo al que estamos siendo llevados y más allá del “divide y reinarás”.
Arq. Rubén Esteban Cabo – Publicado Diario Río Negro del 21 de enero 2009
3 comentarios:
Hola Rubén, me parece que las transformaciones en el campo argentino son inevitables, no hay transformaciones que conformen a todos y siempre están "los poderosos" que no soportan ningún cambio que disminuya su "poder", por eso nada es lo que parece, ni tan malo los planes del gobierno ni tan buenos los que tienen que cambiar. Que comiencen los cambios es lo importante, después los cambios serán los que se produzcan y seguirán la dirección de su propia estructura. Comenzar es lo que se impide. Pasa en Estados Unidos con las cuestiones de la cobertura sanitaria, que no hay manera de introducir el cambio. Pasa con el campo argentino que antes que cambiar se derrocará a sí mismo e incluso a gobiernos. Todo lo que se resiste al cambio está sostenido por una idea de enemigo, sin embargo me ha parecido que decías que el gobierno ha querido mostrar que el campo es el enemigo. En todo caso el campo es enemigo del cambio.
Tu lectura acerca de la otredad es una lectura posible, pero cuando se trata de lo psíquico la otredad está en cada sujeto, y es una doble otredad, una otredad con minúscula o de lo semejante y una Otredad con mayúscula o de lo simbólico, del lenguaje.
Gracias por tu comentario. Saludos
psicoprofunda
Hola Rubén, la otredad hace que la psicología individual sea al mismo tiempo psicología social, nunca está separado el sujeto psíquico y el sujeto social, pero cuando hay una problemática en lo social es porque hay una problemática psíquica. Lo social se puede solucionar desde lo psíquico mientas que lo psíquico no se puede arreglar desde lo social.
Nacemos entre otros, no somos sin otros, nos hacemos sujetos del lenguaje entre hablantes, no hay sujeto social sin sujeto psíquico, y no se termina de ser un sujeto psíquico sin alcanzar el sujeto social. Freud habla de un psiquismo compuesto, con doble alteridad, y donde uno mismo es un otro para sí mismo, hasta que no podamos contarnos como un otro entre otros no somos sociales. Creerse uno mismo es una pequeña locura, y digo pequeña porque como ocurre tan a menudo está aceptada. Gracias por tus palabras. Saludos
Hola Rubén, así es, nuestro deseo depende del deseo de otros, esos otros con los que hemos construido nuestras relaciones, y también es cierto que hay relaciones que se terminan y relaciones que comienzan, o bien relaciones que se transforman en otras relaciones , y eso gracias al mecanismo de sustitución que funciona en nosotros. Gracias por tus palabras. Saludos
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