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Arq. Rubén Esteban Cabo



miércoles, 6 de mayo de 2009

Diseño urbano, anomia social y anemia estatal

Cada uno de nosotros, más allá de reconocer fácilmente los aspectos físicos de la ciudad en la que vivimos, deberíamos considerar que la estructura interna de todo espacio urbano está integrada por varias estructuras. Es así que junto a la estructura física coexisten la histórica, la sensorial, la simbólica, y la vital (la población). Si bien éste no es el momento de describir cada una de ellas, sí debemos tenerlas permanentemente presentes. El paisaje natural siempre es modificado por la intervención humana, y es el ser humano quien define los rasgos dinámicos de todo espacio, mucho más allá de lo físico. Por lo tanto cada uno de nosotros caracterizamos al espacio como individualista o comunitario, solidario o no, de exclusión o de contención social, comunicándonos con susurros o a los gritos, con música y canto, o con silencios, respetando las normas o transgrediéndolas, etc.
Es la construcción de estos espacios lo que permite a la UCR suspender de por vida a Julio Cobos y ante un cambio de escenario sociopolítico convenir “un proceso de reunificación partidaria”. De la misma forma, quienes figuran en el padrón electoral de Santa Cruz pretenden ser electos por Buenos Aires. Están quienes pretenden encabezar listas electivas a sabiendas de que jamás asumirán dichos cargos. También podría detallarse una larga lista de aportes estatales recibidos por gremios y obras sociales afines al gobierno de turno y que jamás fueron rendidos, desconociéndose el destino final de los mismos. De igual forma, y en la construcción de un espacio nacional, se puede pretender hacer creer que la inseguridad es una sensación más allá de los robos y muertes concretas que se producen, y mientras desaparecen del museo de la Casa Rosada el bastón y la banda presidencial del Dr. Arturo Frondizi en las mismísimas narices de quienes fueron elegidos para resguardar los intereses de la Nación. Se podrían enumerar temas relacionados con el deterioro en la educación, desde el nivel inicial hasta el universitario, o el crecimiento de la economía en negro, de la violencia aceptada que implican los cortes de rutas, de la venta de tierras del “Impenetrable” en el Chaco, etc.
Pero también, ante situaciones críticas provocadas por inundaciones, incendios, sequías, desaparición de personas, epidemias, etc., es necesario resaltar las actitudes solidarias de muchísimas personas, básicamente expresadas a partir de una mayor interacción social. Según el pensamiento de Emilio Durkheim, la solidaridad puede considerarse mecánica u orgánica. En la solidaridad mecánica la conciencia colectiva cubre a la individual, casi anulándola, normalmente expresada en el derecho penal, y especialmente en normas de carácter represivo que imponen disminución a la persona. Con respecto a la solidaridad orgánica, la misma surge ante la toma de conciencia por la fragilidad que impone la mutua dependencia originada como consecuencia de la división del trabajo y la necesidad de cooperación, normalmente expresada en el derecho civil y comercial, especialmente en normas de carácter reparadoras.
De acuerdo a conceptos de Ernesto Aldo Isuani, las normas jurídicas, que son producto de los gobiernos de la sociedad, pueden definirse como disposiciones para regular la conducta social, con una vigencia legal, y otra que se efectiviza a partir de que la norma se transforma en comportamiento social. Por otro lado existen las costumbres, que son el producto de una herencia social con respecto de valores como la libertad, la solidaridad, etc. La transgresión a las normas jurídicas, generalmente provocadas por la debilidad del Estado para cumplir su función fiscalizadora, y la enajenación por las costumbres, generalmente provocada por una raíz cultural que ilegitima lo legal, originan bajos niveles de interacción social.

Anomia social y anemia estatal
“Cuando la asociación que se produce en el contexto de la división del trabajo no se realiza en forma regulada, cuando existe desorganización, se genera el fenómeno de la anomia con efectos desintegradores sobre las relaciones sociales” (Isuani, 1996, 109). Es decir, el concepto de anomia se refiere fundamentalmente a la ausencia de reglas que medien la relación de diversas partes de una sociedad. El mercado sin ningún tipo de regulación estatal es una importante fuente de anomia, como también lo es la disrupción que producen las etapas de transición. Esencialmente, la anomia refleja problemas de integración social, incrementando el individualismo y una mayor falta de contención de la sociedad. Coherentemente con expresado, la anomia también puede clasificarse en mecánica y orgánica. La anomia mecánica se centra en la falta de aceptación de las normas, donde la transgresión no es percibida como tal, y por ende no es considerada transgresión. Por otro lado, la anomia orgánica se centra en la falta de solidaridad, la desorganización, la inconsistencia sobre las ventajas de la cooperación, y especialmente una percepción de las ventajas que implica la mutua dependencia. Esto implica una gran ausencia de solidaridad orgánica, un individualismo extremo, y básicamente problemas de integración social.
En muchos Estados municipales, provinciales, e inclusive en el Estado nacional, existió y existe una enorme debilidad para fiscalizar y sancionar según las normas vigentes. Esto justificó una actitud privatizadora y el abandono de las responsabilidades estatales. “El fiscalizado poseía más poder que el fiscalizador, base misma de la impunidad” (Isuani, 1996, 113), es decir que el “poder director” no está en condiciones de velar por la “moral común”, inclusive llegando a estar en discusión la noción de “moral común”. Estas situaciones generan un mayor estado anómico, donde los intereses particulares están por sobre los intereses generales, arrojando como consecuencia directa, que el respeto por la ley ya no sea un valor social. “La responsabilidad fundamental de esta situación descansa en la arbitrariedad con la que las clases dirigentes han creado y utilizado la ley para su propio provecho o no han vacilado en despreciarla abiertamente, esto es violarla, cuando ha sido un obstáculo a sus intereses, sin ningún pudor u ocultamiento, y resultando esta violación en falta de sanción o impunidad.” (Isuani, 1996, 119)
Lamentablemente, son muchos los hechos que se suman a los ya enumerados y pueden recordarse para ejemplificar estos conceptos, yendo desde la trivialidad de la Ferrari “presidencial” transgrediendo impunemente todo tipo de norma de tránsito hasta la venta clandestina de armas y las muertes como consecuencia de las explosiones en Río Tercero, desde la “banelquización” del Congreso Nacional hasta las muertes en diciembre del 2001, desde el enriquecimiento censurable de muchos funcionarios hasta las muertes provocadas por el dengue gracias a la falta de previsión. El listado es enorme, y reafirma el concepto de que “Una sociedad fragmentada no ha podido engendrar actores sociales capaces de trascender perspectivas sectoriales para dar vigencia a normas y políticas centradas en la noción de bienestar colectivo. El resultado es la presencia de un Estado sin energía para actuar en dirección de dicho bienestar.” (Isuani, 1996, 125)
Estoy convencido que al dinamizar la estructura interna de nuestra ciudad, tanto en sus aspectos físicos, históricos, simbólicos, sensoriales, y vitales, se puede pensar en el diseño de un urbanismo que enfrente tanto a la anomia social como a la anemia estatal. En este diseño urbano, el sistema educativo, más allá de los temporales reclamos salariales y cortes de rutas, es uno de los pilares fundamentales, incluyendo a los lugares y los “no lugares” antropológicos que se entrecruzan, otorgando un nuevo perfil y entramado sociocultural al espacio urbano que habitamos.

Arq. Rubén Esteban Cabo
arqcabo@hotmail.com

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