Hace pocos días, mientras miraba las hojas del suplemento de espectáculos de un diario nacional, me llamó la atención un concepto vertido por Palito Ortega en el reportaje que publicaban, y que decía: “creo en Dios, y yo lo creo a Dios. Si a Dios te lo planteas imaginado de una manera u otra, sería como minimizarlo. Yo sé que existe porque lo hago existir. Y creo en él.” *
Creo que ese pensamiento me llamó la atención por la presencia de un fantasma muy especial que estaría merodeando mi persona… el “fantasma de la duda”.
Un fantasma que muchas veces nos domina, y que llega a ser muy perjudicial en algunos casos, pero que también puede ser muy beneficioso en otros. Esta ambivalencia del “fantasma de la duda” logra confundirnos a tal punto, que nosotros mismos le abrimos las puertas de nuestro ser llamándolo e invitándolo a que nos invada.
Es así que el “fantasma de la duda” puede paralizar nuestros proyectos, nuestras decisiones, inclusive nuestras acciones. Pero hay más, porque también puede afectar nuestra fe, o la validez de un conocimiento ante una “verdad” aceptada convencionalmente, provocando la incertidumbre de dicha validez, y por lo tanto nuestra propia incertidumbre en la vida misma. Este fantasmita nos puede hacer titubear, provocando indeterminaciones ante las permanentes posibilidades de elección que se plantean en la vida, a veces acerca de una creencia, otras de una noticia, o de un discurso, e inclusive de hechos diversos que tenemos frente a los ojos.
Pero el “fantasma de la duda” también puede plantearnos la duda filosófica, y así transformarse en el primer principio de investigación, lo que presupone la búsqueda de la “verdad”, si es que la “verdad” existe…
Creo que debemos estar atentos al papel que
juega el “fantasma de la duda” en cada uno de nosotros, proponiendo
abandonar la soberbia de sentirnos un “sabelotodo”, y valorar nuestra propia
ignorancia para transformarla en nueva fuente de conocimiento.
* Clarín Espectáculos, 16/02/14, Pág. 9
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