“El Fantasma de la Destrucción”
Días atrás reflexionábamos sobre la existencia
misma de la historia individual de cada uno de nosotros en un aquí y un ahora, identificándola
como la vida cotidiana. Hoy quiero contarles sobre mi temor por la presencia
del “fantasma
de la destrucción”, siempre acechando nuestras vidas y buscando
sumarnos al daño que provoca.
Podemos creer que destruir algo es
simplemente reducirlo a pedazos, o a cenizas, u ocasionarle un grave daño. También
podemos imaginar que la destrucción implica entorpecer nuestros medios de vida
o privarnos de ellos. Pero además es interesante pensar si este fantasma
transforma nuestro trabajo en mercancía, haciéndonos creer que nuestros valores
responden a una escala basada en lo que tenemos y no en lo que somos como seres
humanos. Esta escala es la que nos arrastra a creer que la pobreza y las
desigualdades son algo natural, inevitables, casi necesarias para poder llegar
a estar mejor, y un grave problema es
que cuando caemos en sus redes ni nos damos cuenta de la destrucción a la que
estamos siendo sometidos, como personas y como comunidad.
El “fantasma de la destrucción” trata
de convencernos de que la justicia
social no tiene sentido, que la libertad económica nos permite tener más y que no
va de la mano con la igualdad, que nadie, y mucho menos un grupo o la sociedad
en su conjunto, es responsable de ser socialmente justo, de ayudar a los que
menos tienen, y de reparar las desigualdades.
El “fantasma de la destrucción” trata
de alimentar el individualismo y la falta de solidaridad, poniéndonos
permanentemente en la encrucijada por optar entre la libertad negativa y la
libertad positiva.
La libertad negativa es la que nos arrastra
a no buscar normas morales distintas de las dictadas por el mercado donde
también se compran y venden valores humanos, que nos envuelve y donde somos
transformados también en una mercadería más. Por otro lado, la libertad
positiva es la que hace germinar en nosotros la capacidad de ser autónomos, de generar
normas de comportamiento propias de la comunidad de la que formamos parte, y
dándonos armas para vencer al “fantasma de la destrucción”, con la
certeza de que las desigualdades y la pobreza son evitables a partir de una
educación que nos enseñe a no creer en todo lo que nos dicen ni en todo lo que
nos muestran, una educación que nos permita tener nuestro propio pensamiento
crítico, viviendo el presente, reconociendo nuestra historia, y con proyectos
de vida.
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