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Arq. Rubén Esteban Cabo



jueves, 2 de octubre de 2014

Breves Historias de Fantasmas

“El Fantasma de la Destrucción

Días atrás reflexionábamos sobre la existencia misma de la historia individual de cada uno de nosotros en un aquí y un ahora, identificándola como la vida cotidiana. Hoy quiero contarles sobre mi temor por la presencia del “fantasma de la destrucción”, siempre acechando nuestras vidas y buscando sumarnos al daño que provoca.
Podemos creer que destruir algo es simplemente reducirlo a pedazos, o a cenizas, u ocasionarle un grave daño. También podemos imaginar que la destrucción implica entorpecer nuestros medios de vida o privarnos de ellos. Pero además es interesante pensar si este fantasma transforma nuestro trabajo en mercancía, haciéndonos creer que nuestros valores responden a una escala basada en lo que tenemos y no en lo que somos como seres humanos. Esta escala es la que nos arrastra a creer que la pobreza y las desigualdades son algo natural, inevitables, casi necesarias para poder llegar a estar mejor,  y un grave problema es que cuando caemos en sus redes ni nos damos cuenta de la destrucción a la que estamos siendo sometidos, como personas y como comunidad.
El “fantasma de la destrucción” trata de convencernos de que la justicia social no tiene sentido, que la libertad económica nos permite tener más y que no va de la mano con la igualdad, que nadie, y mucho menos un grupo o la sociedad en su conjunto, es responsable de ser socialmente justo, de ayudar a los que menos tienen, y de reparar las desigualdades.
El “fantasma de la destrucción” trata de alimentar el individualismo y la falta de solidaridad, poniéndonos permanentemente en la encrucijada por optar entre la libertad negativa y la libertad positiva.

La libertad negativa es la que nos arrastra a no buscar normas morales distintas de las dictadas por el mercado donde también se compran y venden valores humanos, que nos envuelve y donde somos transformados también en una mercadería más. Por otro lado, la libertad positiva es la que hace germinar en nosotros la capacidad de ser autónomos, de generar normas de comportamiento propias de la comunidad de la que formamos parte, y dándonos armas para vencer al “fantasma de la destrucción”, con la certeza de que las desigualdades y la pobreza son evitables a partir de una educación que nos enseñe a no creer en todo lo que nos dicen ni en todo lo que nos muestran, una educación que nos permita tener nuestro propio pensamiento crítico, viviendo el presente, reconociendo nuestra historia, y con proyectos de vida.

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